Esa imagen que mostró el cierre del encuentro no fue lo que mereció Atlético. De ninguna manera. La Copa Argentina estuvo cerquita de su mano, pero finalmente se la llevó River, un digno y merecido campeón. Eso es indicutible. Pero el 2-1 en contra del “Decano” es como que si un árbol tapara el bosque. Por eso vale insistir: Atlético no merecía este final.


Esta historia no empezó ni terminó anoche. Esto viene de hace rato, de meses, de principios de año. Llegar hasta Mendoza para jugar la final era el broche de oro de una temporada maravillosa. Hizo lo que pudo Atlético ante River, un equipo rebelde que anoche se despertó después de un largo letargo y controló el partido. Manejó las acciones por momento a voluntad con sus pases internos, aprovechándose del detalle mínimo y de haber copado el mediocampo para convertirlo en un área de paso tan veloz como cuando una tormenta de verano surge de la nada e inunda Tucumán.

River entró derecho, pero Atlético no dejó que su verdugo se escapara. Al toque del gol de Ignacio Scocco, producto de un error costoso porque Rodrigo Aliendro quedó enganchado y Alejandro Sánchez salió apurado. El goleador peinó y adentro. Pero casi que no hubo tiempo para festejar. “Pulguita” puso el 1-1 en lo que fue la mejor acción colectiva del “Decano”. Y a volver a empezar.

No había posesión de pelota, tampoco tiempo para pensar, pero casi jugando a la “pilladita”, Atlético se fue al descanso sabiendo que podía ganar, porque situaciones había creado.

Pero esto es fútbol y el fútbol a veces es injusto. También puede ser letal si no se aprovechan las oportunidades que se tiene. River casi que no lo hizo, aunque suena insólito. Gozó de una cantidad importante de situaciones para dormir al “Decano”. Hizo la más difícil, con ese roscazo de Ignacio Fernández entrando como patrón de estancia sobre el ángulo derecho de Sánchez. Era el 2-1 en el arranque del segundo tiempo, a los dos minutos. Un bajón desde lo anímico para los tucumanos.

A partir de ahí la cuesta se hizo altísima. Se apuraba Atlético y nada le salía bien. Favio Álvarez no mostró su mejor versión; Gervasio Núñez, tampoco. Y River armó el descalabro. Llevó el juego a su terreno. Hizo lo que quería sin pedirle permiso al rival.

Entonces llegó el final de esta historia, con todo Atlético tendido en el suelo cuando no mereció terminar así. De ninguna manera. Hay que resaltar que Atlético dejó su sello en la competencia, como siempre lo hizo durante este 2017 de ensueño. Su luz deportiva no se sumirá en la oscuridad. Es demasiado intensa. Habrá que pensar en lo que viene, en la Libertadores 2018, en reajustar detalles mínimos, en sumar caras en algunos sectores y en convalidar lo bueno que algunos de los llegados hace unos meses concretaron. Hay dupla central, sí. Hay mediocampo, también. Hay gol, con Rodríguez. Pero sobre todo hay en este Atlético tanta hambre de gloria que un revés como éste solo le dará la fuerza necesaria para volver a empezar.

Para volver a nacer y constituirse en ese equipo cuyo nombre está en alto en la Copa Argentina, en la Superliga y en la Libertadores que se viene.